Buenos días, José. Estamos encantados de poder hablar contigo sobre tu libro, Tiresio el termestino; que, por cierto, es toda una fuente de sabiduría sobre nuestra historia.
Con relación a eso…, ¿cómo fue el trabajo de documentación? Suponemos que habrán sido muchos años de esfuerzo progresivo, de trabajo y revisión. ¿Qué método has seguido?
La novela trata de la ciudad celtíbera de Termes, cuyo yacimiento se encuentra a menos de dos kilómetros del pueblo de mis abuelos. Todos los veranos mientras ellos se dedicaban a la cosecha y a las labores del campo, mi pasión era recorrer y visitar las ruinas. Una somera visita es suficiente para intuir la magnitud de una gran ciudad, que sin duda tuvo días de esplendor y que quizás, afortunadamente, el tiempo ha mantenido oculta y olvidada. Digo afortunadamente, porque al contrario de otros lugares como Cádiz o Tarragona, por ejemplo, donde la civilización ha ido construyendo y edificando sobre sus propias ruinas, en algún momento Termes quedó abandonada y despoblada, lo que ahora nos permite admirarla en toda su extensión.
Aún hoy cada vez que la visito, mi imaginación se desborda y desde entonces vengo acumulando toda la información que cae en mis manos sobre un lugar tan apasionante.
Tu obra es una novela histórica, de eso no hay duda, pero hay una intención en tu escritura que va más allá de entretener. ¿Cuáles fueron los objetivos que te marcaste cuando te planteaste escribirla?
Como te decía, cuando recorría el yacimiento trataba de imaginar cómo sería la vida de aquellas personas, a las que yo considero mis ancestros. Eso me llevo a investigar durante años sobre sus costumbres y modo de vida y en algún momento pensé que todo el conocimiento que tenía acumulado debía compartirlo con los demás, eso me motivo a escribir Tiresio el termestino. Es un proyecto que venía madurando desde hace tiempo.
Ficcionalizar la historia siempre es una buena elección para llegar a un público amplio. ¿Había en tu cabeza un lector concreto para tu libro desde el inicio? O, por el contrario, ¿buscabas que todo aquel interesado en la historia de España tuviera un hueco en la novela?
Evidentemente, todo el que esté interesado en la historia tiene un hueco. Hay algo que me molesta muchísimo: si hiciéramos una encuesta entre adolescentes de hoy día, muchos de ellos sabrán quién fue el apache Gerónimo, el jefe sioux Toro Sentado o el general Custer, pero pocos conocen a Retógenes el Caraunio o a Caro de Segeda. Los Estados Unidos hacen muy bien en divulgar su historia, quizás la culpa sea nuestra. Creo que es a los adolescentes a quienes va dirigida mi novela. Mi intención es divulgativa, en cualquier caso. Para todo lector, tenga la edad que tenga, nuestra propia historia es y creo que debe ser apasionante sin necesidad de ficcionalizarla.
Tiresio el termestino nos transporta a la época prerromana de arévacos, vacceos o celtíberos. No es la primera obra en el mercado sobre este tema, aunque se acercan más al ensayo. ¿Podrías comentarnos qué crees tú que diferencia a tu obra de lo que ya pueda estar publicado? ¿Hay algo que destacarías de ella por encima de cualquier cosa?
En general, las obras de este tipo se dedican a narrar hechos históricos basándose, como no puede ser de otra manera, en los textos clásicos de historiadores romanos, estos siempre tratan los logros de la conquista romana sobre otros pueblos, por la fuerza de sus legiones. En mi novela trato de contar la vida dura de los celtíberos incluso en tiempos de paz (destaco su religión, su agricultura, su comercio, su organización política). Los celtíberos contaban con una clase guerrera que defendía sus territorios, pero no eran especialmente belicosos. Aunque obviamente la presión de Roma los empujó a la guerra, por eso en la segunda parte de la novela no se puede evitar el conflicto.
Al respecto, es probable que haya lectores que no acaben de situarse en los hechos inmediatos a la conquista de la península por el Imperio Romano. ¿Nos harías una breve ruta que pudiera servir como base para introducirse en tu obra?
Respuesta: La conquista romana de la península comienza con la caída de Cartago y, consecuentemente, las colonias que los cartagineses tenían en Iberia, principalmente en el sur y en el litoral levantino. Los cartagineses, salvo alguna expedición para reclutar tropas, apenas penetraron al interior peninsular, de manera que los pueblos que vivían en la meseta, durante mucho tiempo, se mantuvieron al margen del conflicto entre las dos potencias, esto les permitió progresar y desarrollar su propia cultura. La incipiente unión de sus ciudades estado en una gran confederación, a la que probablemente se unirían los lusitanos, hubiera deparado en una nación capaz de frenar a Roma, pero Roma, mucho más experta en política, ya fuera comprando ciudades con dinero o con promesas o forzándolas a la rendición por las armas, supo romper aquella débil unión. Divide y vencerás…
Es peculiar también, y nos parece muy acertado, la elección de dividir la historia en dos partes, y en capítulos y jornadas. ¿Por qué crees que era esta la mejor manera de estructurar el libro?
La idea era, además de contar las costumbres, hacer un mapa mental del territorio arévaco que por supuesto no tiene nada que ver con la división actual de provincias. Para situar al lector, nada mejor que referenciar sus ciudades y ubicarlas en el plano. Pero hablamos de un territorio muy amplio, solo para hacernos una idea (desde la actual ciudad de Segovia, hasta Agreda en Soria. Desde Clunia en Burgos, hasta Hita en Guadalajara). Semejantes distancias hoy las podemos recorrer en coche en un día, pero en la época se hacían a pie o al paso de caballo, que no es un medio mucho más veloz, de manera que los viajes se hacían de ciudad en ciudad.
Se puede llegar tan lejos como quieras, buscando un lugar de descanso, para al día siguiente emprender de nuevo el camino. De manera que dividir la novela en las jornadas que narran un viaje, describiendo además las ciudades y los lugares por los que pasan, me pareció lo más lógico.
Sobre todo en la primera parte, la riqueza de léxico para costumbres, cultura, armas y prendas es fascinante. Además, lo introduces con rigor y cercanía. ¿Cuánto tiempo te ha llevado interiorizar y lograr trasmitir todo ese conocimiento? Si no supiéramos que eres ingeniero, podríamos haber pensado que eres profesor de historia.
Como has podido deducir de respuestas anteriores, provengo de una familia de agricultores, agricultores además de una tierra dura y pobre, de manera que el dinero nunca sobró en casa, así que siempre he tenido que compaginar los estudios con el trabajo. Incluso mi título de ingeniero lo tengo gracias a la formación que me facilito mi empresa. De haber podido elegir una carrera sin duda hubiera elegido la de historia. Solo ahora, prejubilado, cuando la necesidad de dinero pasa a segundo plano, he podido dedicarme a lo que siempre he querido.
A estas alturas de la entrevista, decir que la historia me apasiona es una obviedad. Interiorizar la vida y costumbres de los celtíberos me llevó toda mi vida. Transmitirlo y escribirlo en un libro apenas dos años.
El narrador y protagonista, Tiresio, es un niño que madura a fuerza de vivir. ¿Por qué decidiste escribir esta novela desde su voz? ¿En qué te basaste para configurar su personaje?
Aquí sí que debo decir que en mi personaje, Tiresio, hay grandes dosis de recuerdos personales de cuando yo tenía esa edad: recuerdo los olores del monte, los caminos, el paisaje, etc. Todas esas sensaciones se las trasladé a Tiresio, pero hay que matizar que un niño de aquella época tendría poco que ver con un niño actual. Con cinco o seis años ya cuidaban del ganado, acarreaban y trillaban y realizaban todas las labores que sus pocas fuerzas les permitían. Con catorce se casaban y formaban su propia familia. Por supuesto que la vida les hacía madurar. Por eso decidí ponerme en su lugar y narrar yo la historia a través de su voz.
En el segundo libro, el espacio narrativo queda reservado para la sangre. Entendemos esto como referencia a la batalla, a las muertes de los enfrentamientos («ríos de sangre regaban nuestros pies», escribes). ¿Eres de los que creen que, además de manifestar la agresividad, las batallas tienen que emocionar?
Creo que una batalla nos tiene que emocionar, creo incluso que nos debe hacer llorar, pero no por la épica, ni por el orgullo de la victoria, sino por la crudeza y por lo que supone de salvajismo, eso que nos recuerda que seguimos siendo animales. Sea inocente o no, en una batalla siempre corre la sangre. Contarlo con crudeza quizás nos haga reflexionar.
Nos gustaría preguntarte también por tus referencias. ¿Qué libros recomendarías para enriquecer la lectura de tu novela?
Se suele decir que la historia la escriben los vencedores. Desgraciadamente, en este caso solo tenemos la versión romana, en celtíbero únicamente tenemos algunas téseras y algunas lápidas inscritas. Teniendo esto en cuenta, ya que los historiadores romanos tienden a magnificar las victorias de sus patrocinadores y a minimizar las victorias de sus enemigos, y en vista de que solo tenemos esa fuente, recomendaría leer a los clásicos, pero siempre con mirada crítica: historiadores como Tácito, Tito Livio, Apiano de Alejandría, Pomponio Mela, Plinio el Viejo o Plutarco. También por proximidad recomendaría leer a Marco Valerio Marcial, natural de Calatayud; y para adentrarnos en la agricultura de la época, podríamos leer el manual de las cosas del campo de Lucio Junio Columela, natural de Cádiz.
Obviamente hay muchísimos autores actuales, aunque mi recomendación es beber de las fuentes originales.
¿Hay algún tema que quieras tratar con tus lectores antes de que demos por concluida la entrevista? Te dejo unas líneas para que puedas hacerlo y te doy las gracias por tu tiempo.
Bueno, como reflexión final, quiero destacar el poco valor que damos a nuestra propia historia y el poco interés de nuestras instituciones en divulgarla, cuando en realidad, como decía antes, la historia es apasionante sin necesidad de inventarse nada. Las intrigas, crímenes y asesinatos de nuestros reyes visigodos darían para mil capítulos de Juego de Tronos. Nos emocionamos con la enésima versión de los Trescientos en las Termópilas y nos olvidamos de los Trece de la Fama que, con Pizarro al frente y sus pocos hombres, no trescientos ni doscientos, solo ciento sesenta y siete en total, conquistaron un imperio. Podríamos hablar de Cortés o del olvidado Blas de Lezo, o de la resistencia contra los franceses. En fin, me gustaría animar a la gente a leer y conocer nuestra historia.
Toda, desde el principio hasta el final, puede ser una magnífica novela.
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