Buenos días, Santiago. En su nueva novela, La fábrica de lápices, asistimos al recorrido interior que hace un hombre maduro en el último periodo de su vida. ¿Qué te resulta más difícil a la hora de realizar una historia tan profunda e incluso existencial como esta? ¿Cuánto tiempo te ha llevado escribirla?
Hola, buenos días a todos.
Lo más difícil es encontrar el tiempo, tener el tiempo para escribirla sin descuidar mis ocupaciones familiares y laborales. Mientras ese proceso de escritura dura, tratar de mantener el estado de ánimo que requiere el libro a lo largo del día es lo más difícil, para al final de la jornada poder volver a él, que te espera. No soltar la tensión del libro cuando no puedes dedicarle el tiempo suficiente y te lo está reclamando creo que es lo más complicado.
Sobre el tiempo que me ha llevado escribirla, creo que no es solo la escritura. Piensas el libro, tienes el título y a partir de ahí va naciendo. Tienes las notas y un día te sientas y empiezas: como el agua de las fuentes va manando. Lo llevas todo el día en la cabeza, a veces lo rechazas porque te molesta y dices que hay cosas más importantes (que las hay), pero ya no te deja, ya está contigo y lo tienes que acabar. Son las suturas que le haces a tu vida.
Este libro puede que haya estado conmigo un par de años.
Tu narración es muy poética, impacta en el espíritu. ¿Hay algún autor que te haya influido especialmente?
Hay muchos autores y libros concretos que me han influido a lo largo de los años. La influencia que dejan viene marcada también por el momento en que los haya leído, por la edad, por la situación que estuviera viviendo en esos momentos. Concibo los libros y la lectura como algo que está ahí para enseñarte, como una escuela de vida. Hay libros que te enseñan a ser la persona que querrías ser, te enseñan lo que debes y no debes hacer en esta vida. Los que te muestran la belleza y la derrota. La épica íntima, eso es lo que me interesa. Ese aprendizaje. En esa línea, hoy te puedo citar El extranjero, de Camus, que leí cuando intentaba estudiar en Santiago; Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal; Martin Eden, de Jack London, Samuel Beckett, la pentalogía autobiográfica de Bernhard, Vida y época de Michael K… y mañana te podría decir otros. Kafka, Walser, Carver, Bukowski. Nunca hay suficiente tiempo para leer todo lo bueno que hay.
Ser nadie, tu anterior obra, también se centra en el concepto de “volver a construirse” sobre lo que uno es. Si lo trasladamos a tu trabajo, ¿es difícil reconstruirse a uno mismo como escritor? ¿Ha sido complicado coger la esencia de Ser nadie y convertirlo en algo diferente con La fábrica de lápices?
Dicen que uno siempre escribe el mismo libro. Puede que del libro anterior me quedaran balas en la recámara y por eso he escrito este. Cada uno tiene sus obsesiones, que son las que no le dejan descansar por la noche. Si estuviera en paz conmigo mismo, seguro que no escribiría. Escribo para hacer las paces conmigo mismo y este libro son las esquirlas que quedaron del anterior.
La frase «trabajaba en la fábrica de lápices» la tenía grabada en la memoria. La escuché un día en una conversación en el pueblo del que soy originario. Se repitió constantemente durante años en mi cabeza, hasta que cristalizó en esa fábrica que existió en Ferrol: Hispania, con sus lápices Johann Sindel. Creo que debió ser bonito haber trabajado allí, fabricar esos lápices. Utilizo la fábrica como metáfora de lo ideal y traslado mis obsesiones, que son las mismas que en Ser nadie, pero avanzan un poco más: el tiempo que acaba, la muerte prematura, el tiempo que resta y poder hacer de verdad lo que quieres hacer; disponer de tiempo, no de migajas, de segundos; el trabajo, la espesura que te convierte en otro, no en lo que en realidad eres, lo que en realidad querrías ser. El mundo de la infancia, la naturaleza, la vejez, la enfermedad, la belleza como redención.
¿Qué es lo que más te motiva cuando escribes?
Escribo por necesidad, no tengo un plan. No sé si habrá otro libro mañana. Expulsar estas historias me sana. «Buscaba las palabras que depositar en los huecos donde residía el vacío», pero creo que este mundo en muchos casos nos tiene prisioneros y esta es mi manera de reivindicarlo.
¿A qué autores sueles seguir?
De los actuales sigo, a Vila-Matas, a Manuel Rivas, Javier Marías, Menéndez Salmón, Cercas, Gracia Armendáriz, Houllebecq, Modiano, Coetzee, Auster…
¿Con qué frase definirías tu obra?
Creo que definirse a si mismo, a la propia obra, es muy difícil, a la par que moverse en un territorio de autocomplacencia en cuanto empieces a hablar. Como se dice en el libro: “y no soy más que otra gota que forma parte de la lluvia».
Solo diría: no fue una impostura.
¿Hay algo que nunca tratarías en tus novelas, sobre lo que nunca escribirías?
No podría escribir de lo que no conozco, de lo que no he experimentado, de lo que no he vivido, de lo que no sé; de lo que no estoy preparado para contar ni tengo el conocimiento ni el atrevimiento para ello. Yo escribo del día a día, de los días sin ventanas al exterior, del encierro, de la épica íntima. De un modo de vida que creo equivocado. De cómo vivimos y cómo deberíamos vivir. Mi literatura está pegada a la vida, al crecer de los niños y las pequeñas alegrías.
Como decíamos antes, este no es tu primer libro, ¿cómo te sentiste la primera vez que publicaron uno de tus manuscritos?
Pues feliz, es como un nacimiento. Fruto de un trabajo. Lo importante es estar satisfecho tú mismo del resultado, que lo veas sólido. Hice lo que pude, pero estoy contento. «Fracasa otra vez, fracasa mejor». Publicar es más difícil que escribir, pero ese es otro tema.
¿Qué consideras más importante al escribir una novela?
Creo que la idea central ha de ser muy clara y contundente. Tiene que tener verdad, sobre todo en el tipo de libros que yo escribo, que están pegados a la vida. Sus raíces han de estar bien asentadas y alrededor de ellas ir construyendo los demás planetas y satélites. El resto de ese universo. Un universo armónico. Un bosque que vaya surgiendo alrededor de ese pequeño primer árbol. Aunque sean pequeñas novelas como esta, que sean verdaderas.
¿Qué es lo próximo que podremos leer de Santiago Alcázar Mouriño? ¿Algún proyecto en marcha?
De momento tengo los bolsillos vacíos. He guardado los papeles en sus cajas y mi mesa en lo más hondo de la casa (inencontrable) está despejada. Mi herida está curada, pero sé que se abren otras.
Debo seguir caminando al trabajo cada día, cada vez aparcando más lejos para que surjan los pensamientos propios, aquellos que están enterrados en el fondo de mi mismo y que recuerdan lo que en realidad éramos. Entrar de noche, salir de noche. Una frase golpea en mi interior, son las esquirlas que quedaron perdidas, me agacho y las guardo en los bolsillos de mi pantalón.
Libro: La fábrica de lápices
ISBN/13: 9788416882083
Num. Páginas: 134
Tamaño: 148 X 210 mm
Año de publicación: 2016
Editorial: Editorial Falsaria
Temática: FICCIÓN MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
Edición digital
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