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Entrevista a Miguel Ángel Barquín, autor de «Autovaloración Incondicional»

Buenos días, Miguel Ángel. Es un placer hablar contigo sobre tu libro Autovaloración Incondicional cuya base principal es el concepto de «dignidad» y el amor absoluto hacia nosotros mismos sin ningún tipo de restricción.

¿La autoestima está condicionada cultural y socialmente? ¿O es una cuestión de aceptación sin más?

La autoestima tradicional, a diferencia de la autovaloración incondicional, ve con buenos ojos que el sentido de valor se mantenga en alto como sea, incluso a causa de condicionantes como ser exitoso, listo, guapo, generoso, etc. Es un concepto abierto a la condicionalidad y, sin duda, estrechamente integrado a nuestras culturas.

En definitiva, para tener autoestima dependemos de tener más condicionantes positivos que negativos. Para tener autovaloración incondicional dependemos de experiencias donde nos hemos sentido aceptados incondicionalmente por parte de personas que han sabido sobreponerse a este condicionamiento social.

 

En tu libro hablas sobre el valor de las personas haciendo hincapié en que ni nuestros logros ni nuestros fracasos harán variar este término. ¿Qué es entonces lo que nos diferencia como personas?

Si mi valor estuviera condicionado a mis defectos o cualidades, logros o fracasos, ya no sería incondicional. La incondicionalidad de mi valía tiene una justificación ontológica, deviene de ser quien soy, la persona humana que soy, y no de mi conducta o de los accidente de periferia que acompañan a mi realidad personal.

 

Relacionado con este concepto, ¿cómo podemos llegar a ser conscientes de nuestro valor como personas?

Existen recursos terapéuticos y espirituales que nos ayudan enormemente a conquistar gradualmente este objetivo, pero estos recursos se quedan en nada si no se sustentan en experiencias de amor interpersonal. Solo en la incondicionalidad del amor de otra persona (humana o divina) puedo encontrar el espejo donde ver reflejada mi dignidad. Esta experiencia ni el universo (en cuanto algo y no alguien), ni la naturaleza, ni la más fiel de las mascotas me la pueden dar.

 

La sociedad está construida de tal manera que siempre recurrimos a la comparación y a la apariencia. Parece que queremos darnos importancia desde una perspectiva más superficial. ¿Qué crees que esconden estos comportamientos tan arraigados a las redes sociales y a la belleza exterior?

Esconden lo de siempre, una carencia de autovaloración incondicional. No acabamos de ver en nosotros un valor incondicional que nos haga susceptibles del amor incondicional de los demás, es así que intentamos sobrecompensar esta «falta», sacando nuestras mejores galas y mostrando nuestro mejor perfil para acceder, al menos, a la aceptación, admiración o afecto condicionado de los demás.

 

Otras de las grandes lacras de la sociedad, y en lo que suele desembocar la comparación, es la baja autoestima. ¿Qué consejos le darías a alguien que no encuentra la forma de aceptarse?

A esta persona le aconsejaría lo mismo que me aconsejo a mí mismo: que no busque justificaciones para valer donde no están. Ella no es sus cualidades y defectos, tampoco sus logros o fracasos, menos aún las emociones o sentimientos que pudiera tener en cada momento, ni siquiera su comportamiento ético (aun pudiendo tener una responsabilidad en ello) la define en su yo más esencial. Estos son solo accidentes de periferia que nada tienen que ver con su dignidad.

Todos necesitamos sabernos valiosos, pero si conseguimos sentirnos así a causa de cualquiera de estos condicionantes no habremos logrado nada, estaremos más extraviados de nosotros mismos que nunca. Nuestra única fuente de sentido de valor debe ser nuestra dignidad o valor incondicional.

 

Un planteamiento interesante que haces en tu libro publicado, entre otros, es que hay una gran diferencia entre la estima, la cual está condicionada por las vivencias, y el amor cuyo concepto es más puro. ¿Debemos, por tanto, «enamorarnos» de nosotros mismos para poder alcanzar la felicidad?

El enamoramiento se nutre de la condicionalidad, normalmente nos enamoramos cuando lo que vemos en una persona nos gusta, y conforme van quedando al descubierto sus defectos, nos desenamoramos. De igual manera podríamos enamorarnos o desenamorarnos de nosotros mismos. Lo que conviene conquistar en realidad es la autoaceptación incondicional: un concepto más cercano al verdadero amor a uno mismo. Y sí, ciertamente el que lo consigue es feliz, porque vive en una constante autocelebración por ser quien es.

 

¿Es posible afirmar que el único estado válido para el ser humano, en términos emocionales, es encontrar su lugar en el mundo?

Supongo que si me encuentro a mí mismo encuentro mi lugar en el mundo. Yo mismo soy mi lugar en el mundo.

 

¿Cómo podemos desligarnos de nuestro contexto vivido para poder aceptarnos?

Es cierto que del contexto vivido he recibido todas mis experiencias condicionantes, pero más que desligarme de ellas podría necesitar recordarlas y recapitularlas, recuperar y reinterpretar afectos sofocados que en su memento tuve que alejar de la consciencia para sobrevivir. Esto me ayudará después, no solo a amarme más, sino a dejarme amar, ya que somos muchas veces nosotros mismos los que bloqueamos el amor de los demás empeñándonos en ser aceptados, queridos y admirados condicionadamente.

 

La frase «Si no te quieres tú, ¿quién te va a querer?» es muy conocida por todos, pero difícil de llevar a la práctica. ¿Estás de acuerdo con el mensaje de esta expresión?

En cierto sentido sí estoy de acuerdo, ya que el que se ama a sí mismo va por la vida dando testimonio vivencial de la existencia de su valor incondicional, facilitándole a los demás el verlo. Amándose a sí mismo pone la pauta y sienta un precedente que invita a los demás a amarlo también. Todos sabemos lo difícil que es aceptar a alguien que no se acepta, amar a alguien que no se ama.

Ahora bien, ciertamente existe aquí una paradoja, ya que es igualmente difícil amarse a uno mismo si antes no nos han amado.

 

Una reflexión que llama la atención y que está llena de toda lógica es esta que después desarrollas en el libro: «Es bueno que el ser humano sea imperfecto». Se infiere que siendo «defectuosos» seremos amados con nuestros fallos y errores sin estar condicionados por estos u otros valores como el dinero o la belleza. ¿Es este el sentido del amor verdadero entre dos personas y sobre todo hacia uno mismo?

La consciencia de mis errores, defectos y limitaciones me posibilita la experiencia de sentirme incondicionalmente amado. Si el otro sigue a mi lado será porque algo ve en mí al margen de estas imperfecciones, y que no puede ser otra cosa que mi dignidad o valor incondicional. Si fuera una caja de monerías no tendría manera de saber que lo que el otro me ofrece es amor desinteresado e incondicional y, por lo tanto, que soy incondicionalmente valioso.

 

Hablas en tu libro sobre el ego. ¿Es este uno de los lastres fundamentales que nos impiden la autovaloración incondicional? ¿En qué momentos crees que es bueno ser egoísta?

Desde los primeros momentos de nuestra vida todos hemos tenido que lidiar con experiencias condicionantes. Cuando el yo real no se siente incondicionalmente amado se sustrae, dejando un vacío de identidad que la psique llena creando una sombra y un ego.

La sombra está conformada por todo aquello que soy pero que no veo que soy porque amenaza mi sentido de valor.

La contraparte de esta sombra es el ego, un yo construido por falsas creencias y verdades a medias de mí mismo. Un yo virtual, políticamente correcto, alternativo al yo verdadero, y entregado a una búsqueda incansable de sentido de valor condicionado, en un intento por sobrecompensar la falta de autovaloración incondicional.

Ambos mecanismos psíquicos pueden ser un obstáculo, pero también hay que verlos como una necesidad. La psique los creó para protegernos del dolor insoportable de la no valía, y gracias a ello vamos cuerdos por la vida.

 

¿Qué diferencias existen entre el amor propio y la autovaloración incondicional?

Si por amor propio entendemos amor incondicional hacia uno mismo no habría diferencia ninguna. Si utilizamos el término para referirnos a una autoaceptación condicionada más cercana al egoísmo, el orgullo o la vanidad, estaríamos ante la polaridad.

 

Estamos terminando la entrevista, Miguel Ángel. ¿Quieres comentarle algo a tus lectores que no te hayamos preguntado?

La autovaloración incondicional no se conquista leyendo un libro, ni escribiéndolo tampoco (por lo que a mí me toca). Pero conocer, al menos intelectualmente, la existencia de nuestro valor incondicional y entender la manera en que nos distanciamos de él, es, por decir lo menos, liberador. Todo cambia cuando comprendemos que hemos hecho lo que hemos podido, que esos rasgos de personalidad que tanto nos disgustan tienen una justificación, que hay buenas razones para sentir lo que sentimos y para reaccionar cómo reaccionamos en según qué situaciones. Que nuestros muchos defectos no trastocan nuestra dignidad y que si los demás no nos aman como nos gustaría no es porque esta dignidad ontológica e incondicional no exista

 

Muchas gracias por concedernos esta entrevista. Ha sido un placer. Te deseamos mucha suerte con tu libro Autovaloración Incondicional.

 


  • Nombre: Miguel Ángel Barquín
  • Género: Ensayo
  • Bio: Miguel Ángel Barquín García-Villoslada (Puebla, 1968) Licenciado en Administración de Empresas (UPAEP), posgraduado en Psicología Clínica (UIA), Psicopedagogía Familiar (Anahuac). Formado en Psicología de la Afectividad (Universidad de Navarra), Los Retos de la Adolescencia (Universidad de Navarra), Psicoterapia Gestalt (Escuela Gestalt Viva Claudio Naranjo) y Problemática Actual de las Religiones (Anahuac). Actualmente dirige el programa de estudios TFA para la formación de terapeutas florales en la ciudad de Puebla. Psicoterapeuta y terapeuta holístico. Especializado en clínica floral. Articulista. Autor de las obras Autovaloración Incondicional y Flores de Bach y Escritos Florales. Elaborador del Set Remedios Temáticos.
  • Obra: AI. Autovaloración Incondicional

AI PORTADA

Diponible en: Gandhi, Agapea,

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