Buenos días, Jorge. Es un placer para mí poder hablar contigo de tu cuarto libro, publicado por Caligrama: Trampas que enferman. Título curioso y directo este, por cierto.
¿Por qué te decantaste por poner este nombre a tu nuevo libro? ¿Barajaste alguna otra alternativa antes de publicarlo?
Sí, barajé otros títulos que al igual que este aludían a la «enfermedad», aunque de diferentes maneras. Al final me quedé con Trampas que enferman porque, por decantación, es el que más me gusta. Creo que es el más representativo del contenido del libro. Además, el libro posee una especie de subtítulo —o frase gancho, como la llama la editorial— que solo aparece en los sitios de internet donde se comercializa y que echa más luz sobre el tipo de trampas al que me refiero. La frase es: «Descubre como los anzuelos ideológicos cotidianos nos colonizan la mente y nos quitan la salud».
En tu escrito abogas por la defensa del psicoanálisis como herramienta de colaboración con otras disciplinas para poder prevenir lo que llamas el rumbo trágico. Los ejemplos que exponen dan cuenta de su validez. ¿Por qué crees que no se le da al psicoanálisis el hueco que merece en algunos estudios?
No conozco ningún método terapéutico serio —ni vivencial, ni biológico— que pueda generar genuinamente efectos desalienantes en la profundidad del psiquismo del afectado. Y, mucho menos, que pueda desactivar el rumbo trágico que incontables individuos están experimentando en esta cultura de la exageración y de la confusión globalizadas. Y, «a río revuelto ganancia de pescadores», por eso creo que el sistemático desaliento que se efectúa del psicoanálisis, especialmente en el primer mundo, es un acto criminal, porque no hay nada genuino que lo reemplace. De la mano del cientificismo, que no es más que el brazo fanático de la ciencia, se intenta instaurar una dictadura biologicista afín a las multinacionales de los fármacos. Y el modus operandi es sacralizar la ciencia para que todo lo que no se alinee con los rígidos parámetros de las ciencias duras se convierta, por contraste, en el hereje de esta época. No caben dudas que la religiosidad —de la mano del poder económico y de su testaferro intelectual, el cientificismo— regresó al escenario mayor.
Justamente, los ejemplos de cómo una alteración psicobiológica puede manifestarse a raíz de una respuesta biológica son impactantes. ¿Hasta qué punto es imprescindible que prestemos más atención a nuestra salud emocional y mental? Y, ¿hasta dónde podemos controlar nuestro propio bienestar?
Pavlov, hace más de un siglo, mediante sus famosos experimentos caninos, demostró como estímulos neutros se inmiscuyen entre los mecanismos biológicos e instintivos y los condicionan. En el terreno humano la cosa también es así, pero extremadamente más compleja, porque nosotros poseemos el lenguaje, y por ende una producción permanente de toda clase de estímulos que impactan en nuestras mentes y en nuestros cuerpos. Algunos de esos impactos dejan marcas profundas y nos condicionan, a veces en forma indeleble. Un rumbo trágico, simplificando un poco, no es más que un condicionamiento inconsciente que nos empuja en una dirección peligrosa. Y, aunque vislumbremos el peligro, no nos podemos percatar de que somos nosotros mismos los que nos impulsamos de ese modo.
Y en cuanto a la segunda parte de tu pregunta, creo que es imprescindible que atendamos nuestros asuntos mentales y emocionales. A la vez creo que, para que esa experiencia sea genuina, debe conllevar mínimamente un involucramiento con nuestros asuntos inconscientes.
Comentas que una vorágine cultural y comercial nos tiene tan atrapados que logra enfermarnos. De ahí vienen las “trampas que (nos) enferman”. ¿Podrías dar algún consejo a tus lectores para alejarse un poco del tipo de sociedad en el que viven?
Antes, la sociedad tradicional capitalista estaba ansiosa por vender sus productos. Incluso hoy, las pequeñas y medianas empresas siguen estándolo: luchan, pelean los precios, personalizan al cliente… Tienen que venderle: necesitan vender. Sienten que el cliente, al elegirlos, les hace un favor. En cambio, ahora, la fascinación que producen los nuevos objetos de consumo masivos es tal que los tecnócratas y los altos ejecutivos de las multinacionales han llegado a pensar que nosotros tenemos la obligación de comprarles. Ni siquiera se les cruza por la cabeza otra opción.
Los consumidores nos ubicamos en mayor o menor grado en el lugar del adicto y ellos en la posición de quienes le brindan la droga. Ese es uno de los dramas de esta época, y está vinculado al malestar y a las epidemias de enfermedades, disfunciones y dolores de todo tipo.
Los modernos señores feudales ya no usan su poder de modo despótico. Parece más bien que estuviesen sentados sobre los textos de Freud, aplicando con gran maestría sus enseñanzas, pero no para liberar a las almas sufrientes, sino para controlarlas.
En cuanto al consejo a los lectores, es que, a pesar de todo, no hace falta emigrar a las montañas… Se puede vivir en esta sociedad y disfrutar de algunas de las opciones actuales sin caer en la dependencia, ni en la «hoguera de las vanidades» de las redes sociales. Esto significa que se puede hacer uso de ellas de un modo saludable.
El camino para obtener cierta armonía mental liberadora es individual. No hay recetas válidas para todos. En todo caso mi libro puede actuar como una musa inspiradora para que cada uno halle su camino.
Estamos, en este sentido, rodeados de estímulos que nos intoxican, que nos generan estrés, ansiedad, etc. ¿Consideras que estamos también en una época en la que infravaloramos la soledad? ¿o es que ni siquiera se nos permite estar solos?
La mayoría de las personas vive en el consumismo, tironeada, incitada y hasta excitada por el océano de estímulos más fantástico que el hombre haya creado. Cada uno de esos estímulos, tomado por separado, es inocuo, pero el conjunto resulta abrumador. La condición de posibilidad que representan muchas de esas incitaciones consumistas, al sumarse, nos abruman y nos estresan, porque desbordan —en la realidad o en la fantasía— nuestra limitada capacidad de procesamiento.
Pasando ahora a la otra parte de tu pregunta, en consonancia con el sociólogo Zygmunt Bauman te puedo decir que una sociedad líquida, generadora de vínculos líquidos o light, es normal que traiga como consecuencia la soledad. En sí misma la soledad no es mala, y además es solo un sentimiento que incluso puede experimentarse estando en compañía de otros. Yo creo que, si uno no está a gusto con los otros o no hay afinidades, debe permitirse estar solo. En ese estado se puede cultivar la libertad interior y la armonía, y la persona puede sentirse muy a gusto consigo misma y, en todo caso, acercarse genuinamente a otros cuando lo crea conveniente.
El exceso de placer conduce irremediablemente al dolor, a una sensación de goce ilusorio. ¿Está esta idea relacionada con la insatisfacción derivada del concepto de sociedad de consumo?
El exceso de placer nunca es placentero, todo lo contrario, suele ser generador de malestar y confusión. Esa frenética búsqueda hedonista está vinculada a un mandamiento cultural afín al consumismo que nos impulsa a pasarla bien constantemente. Pero una cultura basada en esa prescripción infantiliza a sus miembros, los vuelve más inmaduros y proclives a convertirse en adictos a los medios que propinan placer. Y, vaya «casualidad», esos medios, por lo general, son los productos y servicios tecnológicos que producen las compañías que propiciaron el mandato de disfrutar.
Otra idea que viene a la mente al leer tu libro es el de sociedad de conocimiento o de la información. ¿Nos conduce esto a una paradoja sin salida? ¿Hay más datos disponibles a nuestro alcance de los que podremos llegar a procesar nunca?
La sociedad de la información puede ser buena o mala, dependiendo de la posición que cada uno ocupe frente a la misma. El sistema informático en Internet opera como una gigantesca memoria global disponible permanentemente. Las computadoras «recuerdan» todo con exactitud, y son increíblemente veloces. Ellas hacen su trabajo y nosotros tenemos que hacer el nuestro, que es imaginar, intuir, desechar, seleccionar y crear estrategias para vérnoslas con la información disponible, sin marearnos ni confundirnos. Hay que convivir con las máquinas, nunca competir.
En tu libro hay una relación muy estrecha entre lo que llamas enfermedad del hombre y la enfermedad de la Tierra. ¿Cómo ves tú el debate actual sobre el cuidado del planeta y las consecuencias de nuestros malos actos para con él?
Sabemos que es muy difícil detener la voraginosa marcha del mundo actual solo con argumentos vinculados al beneficio individual. Me parece que sería mejor que se intentara mediante una causa mundial —una causa que debería interesarles a casi todos—, como la preservación del ecosistema planetario. La moraleja de que «si salvamos al mundo, nos salvamos a nosotros mismos» constituye el remedio que vislumbro para que —en tal caso— también la vida individual se sume a la armonía de nuestro hábitat natural. De ese modo, la gente ya no se hallaría tan tironeada por el monopólico paradigma mercantil. Tampoco se vería tan impulsada a cumplir con casi todas las pautas ideológicas que se le imponen. Con la medida de preservar el planeta —legislada debidamente y en forma global—, habríamos dado un gran paso, pero no solo por la salud de la Tierra, sino también por la salud de cada uno de nosotros.
En un momento dado, haces una asociación entre el ser humano y ser una masa manipulable. No podemos si no pensar en aquello que Ortega y Gasset denominaba «hombre masa», en tanto que persona que cree saber mucho, pero no sabe nada. ¿Estaría esta idea en consonancia con tu mensaje?
De niños sufríamos una natural asimetría con el mundo adulto. Debido a eso fuimos muy susceptibles a la influencia de los seres primordiales que nos criaron y educaron. Ahora, ya mayores, aún nos mostramos dependientes, pero de la cultura. La cultura tomo la posta, por así decirlo. La ideología funciona como un conjunto de demandas encubiertas afines a los grandes intereses comerciales en danza. No es que exista un gran complot para manipularnos, pero sí existe una gran confluencia de intereses similares en, por ejemplo, la publicidad, y de ese modo surge una cultura muy potente que representa a aquellos intereses. Y es así, en forma indirecta, como se produce la manipulación.
En ese sentido, la vorágine cultural y comercial que reina en esta era de la exageración sobreexige a las personas y coloniza sus mentes, no sin antes estresarlas y agotar sus defensas. Por consiguiente, los afectados se vuelven proclives, entre otros males, a la enfermedad. En paralelo, el exceso de racionalidad que producen el discurso tecnocientífico, la lógica empresario-mercantil y el mundo —en teoría carente de fallas— de la informática fomentan en el pensamiento la rigidez, que es otra fuente de malestar y de patología.
Con cuatro libros en el mercado, ¿te planteas publicar en el futuro alguna nueva investigación? ¿Hay algún tema concreto en el que te encuentres trabajando ahora mismo?
Me estoy volcando de a poco a la ficción: tengo en marcha un libro de cuentos y también estoy trabajando en una novela. Hasta hace poco venía escribiendo casi solo ensayos. De ahora en adelante voy a alternar el ensayo y el relato.
Hasta aquí nuestra entrevista, Jorge; te doy las gracias por tu tiempo.
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