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Entrevista Jaime Molina, autor de «Refutación del efecto Doppler»

Buenos días, Jaime, es un placer poder saludarte. Acaba de ver la luz Refutación del efecto Doppler, un libro que incluye distintos y sorprendentes relatos cortos. ¿Tardaste mucho en decidir cuáles ibas a incluir en la publicación y cuáles no? ¿Has dejado alguno fuera por algún motivo?

Tuve bastante claro desde el principio qué relatos podía incluir y cuáles no.

Elegí once textos que mantuvieran una cierta unidad temática y estilística, eso que podríamos llamar un «aire de familia», y que conformaran un sistema, una cierta unidad capaz de transmitir al lector la idea de estar habitando un universo narrativo cerrado, con su forma, sus leyes, su «fauna» de personajes y sus interrogantes. El único con el que tuve cierta duda debido a su longitud (más de novela corta que de relato) es el que cierra el libro: El pianista acompañante.

 

Nos hemos quedado ojipláticos con el final de muchos de tus relatos, pues sueles darle un giro insospechado a la trama para que desemboque en un final abierto, inconcluso. ¿Qué buscas propiciar en el lector utilizando estos recursos?

Me alegra saber que he conseguido ese efecto en vosotros como lectores de mis relatos, porque esa era, en parte, la intención. Esos giros de los que habláis y esos finales abiertos son recursos que, en mi opinión, forman parte de la idiosincrasia del relato corto.

Lo que debe caracterizar a un cuento, al margen de su extensión (más breve que otras formas narrativas), es su intensidad y la capacidad de sorpresa. Un cuento permite al autor mantener una relación más especial con los lectores de la que puede lograr con una novela, en el sentido de que el escritor de cuentos puede hacer más partícipe al lector, una especie de cómplice activo, pues el cuento a menudo exige una intervención activa del lector en la historia y es él quien debe resolver todos los cabos sueltos que el escritor haya ido dejando. Creo que todo eso forma parte del encanto y de la magia narrativa de los cuentos.

 

¿De dónde surge la inspiración para recrear tantos y tan variados escenarios e historias? ¿Te documentas antes de ponerte a escribir? ¿Cómo es el proceso de creación?

No creo demasiado en la palabra «inspiración» cuando se habla de creación literaria. Las historias de un cuento pueden surgir de múltiples fuentes: desde historias que te han contado, artículos periodísticos, películas, o una simple escena que uno haya presenciado y que le haya causado un impacto especial.

En general, el asunto de la documentación suele ser más necesario para escribir una novela, que requiere describir universos con tramas y subtramas que en la mayoría de los casos conllevan una labor de investigación previa. Con todo y con eso, sí es cierto que, para algunos de los relatos del libro, como el caso de El pianista acompañante, que es el más largo, sí tuve que documentarme.

Sin embargo, el proceso de creación de un cuento, por mi experiencia, es muy diferente en relación con el de las novelas, y en cierto sentido es más intenso, pues cuando he comenzado a escribir un relato, rara es la vez que lo he soltado o lo he demorado más de un día hasta que he conseguido armar toda su estructura.

Obviamente, eso no quiere decir que un relato lo tenga terminado en su forma final en un solo día, luego hay una fase de pulido y reescritura que es totalmente necesaria. A veces, si el ritmo, el tono o el estilo del cuento no me cuadran con lo que quiero transmitir, lo rompo y comienzo de nuevo. Hay veces que dar con la frase inicial de un cuento marca todo el resto, es como encontrar el comienzo del hilo de una madeja y, a partir de ahí, seguir tirando de él. Lo difícil, casi siempre, es dar con ese inicio que lo determina todo.

 

El pianista acompañante ha resultado premiado en varios certámenes, ahora lo recuperas para darle un cierre único al libro. ¿Por qué este y no otro? ¿Qué significan para ti las historias que escribes?

Matizo la primera afirmación: El pianista acompañante fue premiado en el certamen Rei en Jaume de Narrativa. Es cierto que llegó a la fase final de otro concurso, pero en ese no obtuvo premio.

El motivo de que ese relato cierre el libro es, primero, por su extensión, y segundo, porque lo considero el más complejo del conjunto. Con esas premisas, creo que al ponerlo como cierre del libro se consigue que el conjunto guarde una cierta armonía y equilibrio narrativo, al menos desde mi punto de vista.

Con respecto a la última cuestión, la verdad es que nunca me lo había preguntado y me resulta complicado dar un significado a las historias que escribo, pero supongo que hay un factor vocacional en todo esto: uno escribe sin saber muy bien por qué y para qué. Lo único que se sabe mientras se escribe es que hay una idea que se te ha alojado en el cerebro y que no te suelta hasta que no la has escrito. En cierto modo, creo que el escritor es una especie de esclavo de sus ideas. Las ideas te persiguen hasta que consiguen tomar forma a través de los relatos. Una vez conseguido esto, una vez que ya has dado forma a tu historia, sea larga o corta, uno se siente liberado, con la extraña satisfacción de haber concluido algo importante aunque la importancia no sea tal, salvo para uno mismo.

 

Parece que estamos viviendo un auge del relato corto. Además de autor, ¿eres también lector de este género? ¿Cuáles son tus lecturas predilectas?

Es posible que actualmente haya un repunte en este género, pero el relato corto sigue siendo un poco el hermano pequeño de la novela y, aunque goza de un cierto prestigio, por alguna razón en España no llega a cuajar del todo, a pesar de haber excelentes escritores de relatos.

Soy un lector asiduo de libros de relatos. Me encantan. Entre mis autores de relatos preferidos predominan los americanos. Creo que tanto la forma de entender el relato que tienen en América (y con ello me refiero tanto a Sudamérica, como Centroamérica y Norteamérica) es muy superior a la que existe en España y prácticamente en toda Europa. Me fascinan los relatos de Cortázar, de Borges o de Onetti, por citar tres autores que considero imprescindibles. Por seguir con algunos americanos más: Abelardo Castillo, Bioy Casares, Monterroso, James Salter, A. M. Homes, Carol Joyce Oates, Raymond Carver, John Cheever, Alice Munro y un largo etcétera. Y por citar a algunos no americanos: Guy de Maupassant, Kafka, Stevenson, Somerset Maugham, Conrad, Ana María Matute, Saki, Luis Mateo Díez o Ángel Olgoso. La lista de cuentistas recomendables es muy amplia y los libros de relatos cortos contienen auténticas joyas literarias que, como he dicho al comienzo, en España, por alguna razón incomprensible, no han llegado a tener la relevancia que merecen.

 

Llevas ganando premios literarios desde hace muchos años. ¿Sigues inmerso en ese mundo? ¿Tienes en proceso algún nuevo trabajo?

Ya no participo tanto en certámenes como en el pasado. En parte, porque llevo casi tres años en los que he tenido un parón literario importante y, por otro lado, porque ya no me mueve tanto el ímpetu de las primeras veces por presentarme a los concursos.

En cuanto a trabajos nuevos, más que en proceso, lo que tengo ahora mismo son ideas rondándome la cabeza, esbozos de historias que estoy dejando madurar y que, antes o después, saldrán. Entre esos proyectos está el de una nueva novela que no comenzaré, como pronto, hasta dentro de un año, cuando haya concluido un proyecto profesional (no literario) en el que ando ahora inmerso. También planeo escribir un guion de cine, algo que estoy ahora aprendiendo a hacer y cuya técnica estoy empezando también a conocer, que es fascinante.

 

Siendo informático. ¿Ha habido alguna ocasión en la que alguien te dijera que era extraño que te dedicaras a las letras?

Centenares de veces. Y realmente no sé qué hay de extraño en ello. Si uno repasa la historia de la literatura, no todos los escritores tienen una formación artística o humanística. Escritores tan dispares como Juan Benet y Dostoievski, por ejemplo, eran ingenieros; Chéjov y Pío Baroja estudiaron medicina; Kafka comenzó a estudiar química y H. G. Wells estudió biología. Y eso por no mencionar a escritores que ni siquiera tenían estudios universitarios y que fueron genios incontestables, como Hemingway, Conrad, Rulfo, Borges o García Márquez.

Escribir no tiene tanto que ver con lo que uno ha estudiado en la Universidad o con la carrera profesional que ejerce. De hecho, ha habido escritores que eran simples oficinistas, porteros, marinos, carteros, empresarios, vendedores de coches, camareros o pianistas de vodevil. La escritura tiene mucho más de vocación, de pasión intelectual, que de formación académica. Y, para los más afortunados, puede llegar a convertirse en un oficio, en una profesión, pero eso no es lo más frecuente.

 

Y tú, que te encuentras en mitad de ambas ramas del conocimiento y que trabajas en la universidad, ¿qué opinas de que esté cayendo la financiación en proyectos de carreras de letras como filología, antropología o filosofía?

Me parece lamentable. Dejar de lado la formación humanística me parece un error gravísimo. Apartar esa rama del conocimiento supone un empobrecimiento del pensamiento y una simplificación peligrosísima del ser humano, pues se reduce su capacidad de pensar, de sentir y, en cierto modo, ese menoscabo del pensamiento pone en peligro su libertad.

Lo ideal es que en la educación exista un equilibrio. El utilitarismo tecnológico que estamos viviendo creo que no conduce a nada bueno. Yo trabajo en una universidad y allí los mejores investigadores que he conocido tienen un bagaje intelectual muy amplio que no solo se limita a su especialidad. Es muy importante tener una cultura general, saber de música, de pintura, de filosofía, de historia, pues todas esas materias acaban confluyendo y nos ayudan a entender el mundo, a comprender por qué somos como somos y cómo hemos llegado, entre otras cosas, a alcanzar esos avances tecnológicos que tanto parecen subyugarnos pero que no hubieran sido posibles desde el  cientificismo puro.

 

Y antes de terminar, ¿hay algo que quieras añadir a la entrevista o decirle a tus lectores?

En primer lugar, quiero daros las gracias por hacerme esta entrevista.

En cuanto a mis lectores, me gustaría animarlos a leer, no ya solo este libro, que creo que les gustará, sino que le recomendaría leer otros libros de relatos cortos, ya que hay muchísimos que son verdaderamente maravillosos y de muy recomendable lectura. Estoy seguro de que, una vez que se aficionen a ellos (y es cosa fácil) ya no podrán dejar de leerlos.

 


  • Nombre: Jaime Molina
  • Género: relato corto
  • Bio: Jaime Molina, Linares (Jaén), 1969. Licenciado en Informática por la Universidad de Granada, institución donde trabaja en la actualidad, compaginando su actividad profesional con el ejercicio de la Literatura.Comenzó a escribir a los diecisiete años, y ha cultivado sobre todo el género del relato corto, siendo autor de más de cuarenta cuentos, algunos de los cuales han resultado premiados en certámenes literarios.

    En el género de la novela corta destacan su obra El fantasma de John Wayne, premiada en el Certamen de Novela Castillo-Puche en 2008, y El pianista acompañante, premiada en el Certamen Rei en Jaume de Narrativa en 2009.

    Es también autor de otras seis novelas, de las cuales Ambos lados del paraíso (Una casa respetable) ha sido premiada con el Premio de novela Juan Valera en 2009 y publicada por la editorial Sepha en 2013. Con su quinta novela, titulada “Lejos del cielo”, del género negro, obtuvo el Premio de novela Blasco Ibáñez Ciutat de Valencia en 2011, novela que también publicó la editorial Sepha en 2011 y que ha sido reeditada por Tau en 2015. Su sexta novela, titulada La Fundación 2.1, trata el mundo de las relaciones a través de las redes sociales y se publicó en 2014 por la editorial Éride. Días para morir en el paraíso es su séptima novela y ha sido publicada por Atlantis en 2016.

  • Libro: Refutación del efecto Doppler

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Disponible en: Editorial Nazarí 

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